Yo y mi mismo.

Por ese movimiento idealista de lucha entre contrarios y vuelta a la unidad, los hijos se parecen menos a sus padres que los nietos. El hijo para negar a su padre tiene que reafirmar al opuesto, su abuelo del que su padre también renegó y por tanto son contrarios. Esto no tiene nada que ver con el amor y la estima, es casi estética. De ahí que muchos jóvenes recuperen el revolucionarismo de sus abuelos y renieguen del conservadurismo de sus padres. El problema es la exhibición de la diferencia en toda esa maraña de redes sociales, que termina en el vacio, el sinsentido, el chonismo nihilista y al mismo tiempo en el idealismo visceral y el odio tribal. Los exhibicionistas sociales se agrupan en tribus por afinidad estética primero e ideológica después. El segundo problema es que el contenido ideológico de la tribus deriva de la estética, no como hasta ahora. Los chonis por ejemplo comienzan a escuchar reguetón, techno rumba, y electrónica pastillera, y una vez que tienen aniquilado el gusto músical todo se desencadena abruptamente: la pantalla le pregunta "qúe estás pensando" (es irremediable la imagen de kim jong-un y el botón rojo para la bomba atómica); desde lo más profundo de las visceras instestinales surge la "opiníón política" : "a este hijodeputa facha le tenía que poner una bomba la eta en los bajos de su puto mercedes" o bien "por qué este piojoso perroflauta no se lava de una puta vez y se pira a vivir a venezuela a ver si allí le meten la pastilla de jabón por el culo". La tribu le reafirma con doscientos cincuenta y dos "me gusta". Ellos, la tribu, se realimentan con una foto de él, el choni, en el gimnasio. "Hoy follas", le responde un follower. La cosa está muy mal, menos mal que la próxima generación será todo lo contrario. Se da por sobreentendido que todo es autocrítica.